LA ARMONIZACIÓN CON EL INFINITO de R.WALDO TRINE













Pequeña introducción:

La Causa primordial del Universo es Dios, el espíritu de vida y poder infinitos que todo lo llena, todo lo anima y en todo y a través de todo se manifiesta por sí mismo, porque está en todas partes por esencia, presencia y potencia. Es el eterno e increado principio vital del que todo emana, por quien todo ha llegado a ser y continúa siendo. Si hay una vida individual, necesariamente ha de haber una fuente de infinita vida de la que aquélla emane. Si hay una corriente de amor, necesariamente ha de haber un manantial inagotable de amor de donde aquélla fluya. Si la sabiduría existe, es necesario que brote de una vena inagotable de omnisciencia. Lo mismo puede decirse respecto a la paz, al poder y a las llamadas cuestiones materiales.


Por consiguiente, Dios es el espíritu de vida y poder infinitos, procedencia y origen de cuanto existe. Dios crea, forma, rige y gobierna por medio de eternas e inmutables leyes y fuerzas el Universo que por todas partes nos rodea. Cada acto de nuestra vida está regido por esas leyes y fuerzas.

Las flores que vemos en las márgenes de los senderos, brotan, crecen, se abren y marchitan obedientes a leyes invariables, y a estas mismas leyes se sujetan los copos de nieve que, al formarse, caer y derretirse, juguetean entre cielo y tierra.

Nada hay en el Universo mundo sin su pertinente ley. En consecuencia, es necesario que superior a todo haya un legislador de mayor grandeza y poderío que las mismas leyes cuya causa es.

Aunque al espíritu de vida y poder infinitos que todo lo llena le llamamos Dios, de igual modo podríamos llamarle Bondad, Luz, Providencia, Ser Supremo, Omnipotencia, o darle cualquier otro nombre conveniente, pues no importa la palabra con tal que exprese la suprema Causa Universal en sí misma considerada. Así pues, Dios es el espíritu infinito que por sí solo llena el Universo, por quien y en quien todo existe y nada hay fuera de Él.

Como dice San Pablo, “en Dios vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hechos de los Apóstoles, 17:28).

Hubo y hay almas convencidas de que hemos recibido la vida de un soplo de Dios. Pero esta creencia en nada se opone fundamentalmente a la que de nuestra vida es semejante a la de Dios, de manera que son una misma esencia Dios y el hombre. Si Dios es el Espíritu infinito de vida, anterior a todo y de quien todo emana, nuestro individualizado espíritu procede de esta Fuente inagotable, por medio del soplo divino. Si nuestro espíritu individual emana del Espíritu infinito que se manifiesta en la vida de cada individuo, debe ser semejante en calidad a la fuente de que fluye.

¿Cómo podría ser de otra manera? Pero importa prevenir todo error considerando que, no obstante ser afines la vida de Dios y la del hombre, la vida de Dios es tan inmensamente superior y trasciende desde tal distancia a la vida del hombre individual, que abarca además toda otra vida, y difiere de ella en cantidad y grado. ¿No evidencia esta explicación que ambas opiniones son verdaderas, que las dos son una y la misma y pueden explicarse por medio de una misma alegoría?

Figurémonos en medio del valle un estanque alimentado por inagotable manantial situado en la falda de la montaña. El agua del estanque es en naturaleza, calidad y propiedades, idéntica a la del inmenso depósito, su fuente. Sin embargo, la diferencia está en que el conjunto de las aguas del depósito situado en la montaña es tan superior al de las del estanque del valle, que aquél podría alimentar sin agotarse un sinnúmero de estanques iguales al que alimenta. Así sucede en la vida del hombre.

Aunque como ya hemos dicho, nos diferenciemos del infinito Dios, anterior a todo, vida de todo y de quien todo procede, recibimos la vida individual de su divino soplo y por lo tanto nuestra vida es en esencia la vida de Dios.

Si esto es así, ¿no se infiere que el hombre se aproxima a Dios en la misma proporción en que se abre su ser al divino flujo? Si es así, necesariamente se infiere que en el grado en que efectúe esta aproximación, recibirá poder y fuerzas divinas. Y si el poder de Dios no tiene límites, ¿cabrá negar que los límites del poder del hombre son los que él mismo se traza por no conocerse a sí mismo?

 

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